Testimonios

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José Monleón

España

Crítico e investigador español, Director de la Revista Primer Acto, Director del Instituto Internacional de Teatro del Mediterráneo. Fallecido el 15 de julio de 2016, estuvo vinculado al CELCIT desde su creación en 1975.

El valor de la memoria

Hay actividades que cumplen felizmente su objetivo puntual y luego se pierden en la memoria. Así debe ser, porque, más allá de la selección que cada persona hace de sus experiencias, lo cierto es que no son muchas las actividades que merecen inscribirse en la memoria colectiva. Normalmente, se juega el partido, uno gana y otro pierde, y se acabó lo que se daba. Con el poder se va el respeto y la atención de los periódicos. Y el personaje se pregunta por qué fue un día celebrado y ahora nadie quiere escucharle.

El caso del CELCIT es de los que merecen estar en la memoria. No solo por lo que ha hecho en sus 25 años de existencia, sino sobre todo por el significado de esa acción, en la que tuve la satisfacción y el honor de verme involucrado en numerosas ocasiones.

Un espacio para el diálogo entre culturas

No voy a buscar en los números de Primer Acto, ni en mis desordenados recortes, ni en el texto que publiqué en Escenario de dos mundos. Supongo que en otro lugar del libro figurará la larga lista de actividades del CELCIT y más de una de sus declaraciones puntuales, cargadas siempre de compromisos y propósitos, con la mirada puesta en el futuro.

Para mí, la institución es inseparable de una de las personas más generosas y más injustamente tratadas que he conocido: Luis Molina. Sé que ahora está en su casita de Almagro, a unos cientos de metros del único Corral de Comedias del Siglo de Oro que se conserva en España. Hace apenas unos días, compartimos la presentación del Festival de Agüimes, en Canarias, donde cada año el CELCIT y el IITM (Instituto Internacional de Teatro del Mediterráneo) compartimos la dirección de un seminario encaminado, cómo no, al diálogo entre las culturas.

El CELCIT aporta voces latinoamericanas y el IITM aporta voces de Europa del Sur y el mundo árabe. Y Canarias, fiel a su vocación histórica y a su emplazamiento geográfico, ofrece el espacio de su festival y una cultura de la hospitalidad alimentada de valores democráticos.

Cada Festival de Agüimes es, en el mes de septiembre, una buena ocasión para que volvamos a encontrarnos y, quizás, se nos escape algún ramalazo de memoria. Porque Luis Molina ha sido y sigue siendo para mí un hombre ejemplar, cuya significación se ha hecho más evidente a medida que la realidad histórica y el sistema impuesto por la moral del mercado han querido arrinconar el pensamiento solidario.

Encuentro con Luis Molina

Conocí a Luis en Madrid, en los años aún briosos de la Dictadura. Fui jurado de un premio convocado por él y compartí el refugio, tan frágil como notable, que prestaba a los intelectuales y creadores de la oposición: la Asociación de Amigos de la UNESCO. Una UNESCO que entonces tenía un vigor y un sentido del que la venerable institución carece desde hace tiempo.

Muchos trabajábamos, cada cual donde podía, no solo pensando en el final del franquismo, sino en la nueva convivencia internacional, presidida por las ideas de la democracia, donde la cultura debía desempeñar una función importante. Reclamábamos libertad, juicio crítico y solidaridad, y muchos creíamos –y seguimos creyendo– que esa conquista solo podía darse a través de una acción política que los asumiera como el soporte de su cuerpo ideológico.

El CELCIT en América Latina

Luego volví a encontrar a Luis en San Juan de Puerto Rico. Era yo entonces miembro de la recién fundada cooperativa de La Cuadra, y habíamos presentado “Quejío” en el Festival de Manizales. Después estuvimos en el improvisado Festival de Bogotá y en el I Festival Internacional de Caracas, cobijados por el Ateneo. También pasamos por Puerto Rico en una estancia llena de acontecimientos inolvidables, cuando el independentismo cultural y político vivía uno de sus grandes momentos.

Allí estaba Luis Molina, haciendo el ensayo del sueño que ha llenado buena parte de su vida: crear espacios de encuentro y colaboración entre la cultura española y las culturas latinoamericanas.

Una casa para el teatro

Luis dejó poco después San Juan y se instaló en Caracas. Allí fundó el CELCIT y comenzó un camino lleno de sobresaltos. Se asoció con Carlos Giménez, director del Festival de Caracas, y juntos emprendieron colaboraciones tumultuosas. Con Carlos Ariel Betancourt, director del Festival de Manizales, crearon una Federación de Festivales Latinoamericanos para llevar espectáculos y críticos que animaran debates teatrales.

En Caracas, antes de abrir la casa de San Bernardino, Luis organizó diversas actividades a las que tuvo la generosidad de invitarme. Mis más de veinte viajes a América Latina para participar en simposios o dirigir talleres tienen su origen y fueron posibles gracias a Luis Molina y sus distintas iniciativas.

El CELCIT en España y su impacto

Con el tiempo, Luis vio la necesidad de crear un CELCIT español para que el diálogo tuviera dos puntos de apoyo. Se organizaban muestras teatrales en colaboración con el CERTAL (Centro Español para las Relaciones con el Teatro de América Latina), abriendo una ventana de información hasta entonces desconocida.

Las muestras no solo programaban espectáculos, sino que también buscaban el descubrimiento de España para los teatreros latinoamericanos, llevándolos a lugares emblemáticos como las Cortes de Cádiz, la Plaza Mayor de Trujillo, el Teatro Romano de Mérida o el Corral de Comedias de Almagro.

Un reconocimiento merecido

Si la conmemoración de una efeméride encierra siempre el propósito de honrar a sus protagonistas, quiero sumarme de corazón al reconocimiento que, en este 25 aniversario del CELCIT, se merece Luis Molina y cuantos, en Caracas, en Colombia o en San Juan, han compartido sus esfuerzos, sus propósitos y sus silencios.

Fotos históricas con José Monleón

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