Testimonios

Antonio Lozano1

Antonio Lozano

España

Escritor y promotor cultural español. Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Agüimes, Las Palmas de Gran Canaria, y Director del Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes. Colaboró con el CELCIT desde 1987 hasta su fallecimiento el 10 de febrero de 2019.

Supe de la existencia del CELCIT en octubre de 1987

Cuando, invitado por Juan Margallo, fui al FIT de Cádiz. En aquella época, ya habíamos decidido poner en marcha en Agüimes un festival que reuniera a compañías de África, Europa y América, los tres continentes vinculados al archipiélago canario. Mi misión en Cádiz era establecer contactos con el mundo del teatro, hablar de nuestro proyecto y aprender de aquel festival que, desde hacía dos años, se había convertido en un punto de encuentro crucial para el teatro iberoamericano.

Aquel año no conocí a Luis Molina, pero alguien le transmitió la información sobre el proyecto del Festival del Sur – Encuentro Teatral Tres Continentes. Al poco tiempo, recibí una carta de Luis en la que me ofrecía el apoyo del CELCIT para un proyecto en que el teatro iberoamericano estaba llamado a tener una presencia importante. Empezaba en ese momento una relación que iba a ser fundamental para el festival de Agüimes.

Los primeros tiempos del Festival del Sur fueron muy difíciles

No se salvó de la frecuente paradoja que hace del éxito el principal peligro para un evento recién nacido. La ausencia absoluta del teatro iberoamericano en las islas, el carácter tricontinental del festival, su carácter abierto y participativo fueron probablemente las claves de la respuesta masiva e inesperada del público. El Festival del Sur estaba cubriendo, sin duda, un espacio anhelado por el público canario. Pero los responsables de la cultura pública en el gobierno canario no acogieron de buen grado aquel éxito cosechado por una actividad organizada por un pequeño municipio: el hecho se prestaba a comparaciones peligrosas, y el apoyo inicial al Festival del Sur le fue totalmente retirado. Empezaron años de enormes dificultades, y fue el apoyo decidido del CELCIT el que salvó la continuidad del Encuentro.

En efecto, si es cierto que en la primera edición jugó un papel de primer orden, convenciendo a compañías iberoamericanas que acudieran a Agüimes, a un festival desconocido y sin recursos, no lo es menos que durante los años de penuria que empezarían a partir del segundo, el CELCIT redoblaría sus esfuerzos para salvar aquello que estaba a punto de hundirse.

Muy pronto descubriría yo que esa actitud formaba parte en realidad de la personalidad de Luis Molina y de Elena Shaposnik

Dos seres para los que la lucha contra la adversidad es asumida con una naturalidad pasmosa cuando se trata de llevar a cabo proyectos vinculados a su gran ideal -acercar a los pueblos, a las personas, a través de la cultura-, a su ilusión máxima, hacer del teatro un instrumento para la integración de la comunidad iberoamericana. Tuvimos la suerte de que los primeros pasos del Festival del Sur se cruzaran con el largo camino recorrido por esta institución batalladora, dirigida por personas extraordinarias.

Durante el segundo festival, nos conocimos personalmente. Y a la institución fundamental para el desarrollo del Festival del Sur sumé dos amigos entrañables, dos seres por los que siento admiración y afecto. Con el tiempo, ellos se implicaron en el festival como quien lo hace en su propia creación. Y no les faltan razones para considerarlo así, porque en parte lo es: siempre he defendido que el Festival del Sur es una obra compartida, el resultado de la ilusión y del trabajo de muchos. Y entre ellos, Luis y Elena ocupan un lugar privilegiado. El Festival de Agüimes cumple ahora 14 ediciones, y el CELCIT es en buena parte responsable de ello, como lo es de tantos proyectos repartidos en toda Iberoamérica.

No es necesario repetir aquí el valor del trabajo realizado por el CELCIT

A lo largo de sus veinticinco años de existencia. Cualquier persona honesta, dispuesta a observar la realidad sin prejuicios, puede comprobarlo. Toda la comunidad teatral iberoamericana es consciente de ello. Sí cabe, en cambio, preguntarse por qué razón esta institución no recibe el apoyo público, el reconocimiento institucional que se merece toda iniciativa cultural cuyas actuaciones constituyan un beneficio para la sociedad. Por qué, en nuestro país, el CELCIT ha sido –y sigue siendo– tratado como si no existiera.

Seguramente, encontraríamos más de una respuesta. Si analizáramos la programación del teatro iberoamericano en el Estado Español a lo largo de cualquiera de los últimos años, comprobaríamos que la mayoría de las compañías han llegado hasta aquí a través del CELCIT. En el caso de Canarias, puedo asegurar que el porcentaje se acerca al cien por cien. Esto nos lleva a pensar que, como ocurre en otros campos, el compromiso de nuestro país con Iberoamérica se reduce al ámbito de las declaraciones de intenciones, y que el acercamiento real, la intención de estrechar los vínculos que nos unen y de convertirnos en puente cultural entre Iberoamérica y Europa no existe fuera de los discursos.

Otra razón es la honestidad. Paradójicamente, la honestidad.

Luis y Elena jamás han aceptado hacer ni decir nada que no respondiera a sus objetivos, sus principios, a nada que se desviara de lo que ellos consideran positivo para el teatro iberoamericano. Jamás han estado dispuestos a apoyar decisiones, y las ha habido numerosas, que pudieran perjudicar al teatro iberoamericano. Ni desde el propio CELCIT, ni desde las reuniones de Consejo Asesor del INAEM para el Teatro Iberoamericano, ni desde cualquier otro foro. Y si de algo no se ha podido desprender aún la administración española, es de la incapacidad para incorporar la crítica, las propuestas ajenas, del viejo hábito de arrinconar al que no sigue las consignas que el poder dicta a los que quieran permanecer bajo su paraguas.

Creo que lo mejor que le podemos ofrecer al CELCIT en este vigésimoquinto aniversario es reflexión.

Reflexión sobre sus orígenes, sobre sus objetivos; reflexión sobre el papel desempeñado en favor del teatro iberoamericano; comprobar cómo ha creado un camino de ida y vuelta por el que constantemente transitan teatreros de España y América; sentirnos agradecidos por su existencia, su tesón, su honestidad y esperar que nunca abandonen el empeño de acercar las dos orillas del Atlántico.

Fotos históricas con Antonio Lozano

—Comparte este testimonio—